miércoles, 9 de mayo de 2012
Material para 5º Humanístico
LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS
La América del Norte es un continente de forma aproximadamente triangular, cuya parte más ancha –rica, variada y en general abundante en agua- se extiende entre los paralelos veintiséis y cincuenta y cinco. El clima es saludable, con veranos calientes que permiten fructificar cosechas abundantes, e inviernos fríos que estimulan a los hombres a la actividad. Los europeos podían establecerse en aquel territorio sin sufrir un proceso de aclimatación penoso. Podían también cultivar sus principales plantas alimenticias: trigo, centeno, avena, judías, zanahorias y cebollas. En la tierra nueva encontraron, además, dos nuevos productos alimenticios de gran valor: el maíz y la patata.
Los primeros colonos ingleses llegaron a las tierras de Norteamérica en 1607. En su primera vez sólo llegaron hombres. En 1619 llegaron a Virginia noventa “jóvenes solteras” destinadas a ser entregadas como esposas a los colonos que quisieran pagar ciento veinte libras de tabaco para costear el pasaje. También en 1619 llegaron los primeros esclavos negros.
Tan pronto como quedó demostrado que la vida en América podía ser próspera y prometedora, empezó una gran migración espontánea desde Europa. Se produjo en oleadas desiguales y por gran variedad de estímulos. La dos primeras inmigraciones importantes se dirigieron a Massachusetts y Virginia. De 1628 a 1640, los puritanos pasaron en Inglaterra por una fase de depresión y de temor, sometidos como estaban a una verdadera persecución. Las autoridades reales estaban entregadas a la restauración de los viejos moldes de la Iglesia, y decididas a hacerla totalmente dependiente de la Corona y de los arzobispos. Los desórdenes políticos y eclesiásticos asolaban el país. El rey disolvió el Parlamento, durante diez años gobernó sin él, y metió en la cárcel a sus principales adversarios. Como el partido realista aparecía resuelto a subvertir las libertades inglesas, muchos puritanos pensaron que lo mejor era abandonar la isla y erigir en América un Estado nuevo. En la gran emigración de 1628-1640 abandonaron la patria unas veinte mil personas de las más valiosas de Inglaterra. Se hicieron no menos de mil doscientas travesías, transportando colonos, ganado y útiles. Boston se convirtió en uno de los puertos importantes del mundo, pues surtía a una región llena de animación y de vida. Se fundó el Colegio de Harvard. Entre los colonos se contaban los antepasados de Franklin, de los Adams, de Emerson, Hawthorne y Abrahán Lincoln.
A dondequiera que iban los colonos, llevaban consigo, en teoría, los derechos de los ingleses libres, como herederos de la lucha del pueblo inglés por la libertad. Esto quedó específicamente asentado en la primera constitución de Virginia, que declaraba que los colonos gozarían de todas las libertades, franquicias e inmunidades, “como si viviesen y hubieran nacido de nuestro Reino de Inglaterra”. Tendrían la protección de la Carta Magna y del derecho consuetudinario. Fue éste un principio fundacional de la mayor importancia. Mas, para hacerlo efectivo, los colonos tenían que ejercer una vigilancia constante y en ocasiones sostener ásperas luchas. Casi desde los comienzos de su historia, empezaron a construir su propio sistema de gobierno constitucional, luchando por un régimen representativo más fuerte, por la dirección de la Hacienda pública y por garantías más completas para la libertad personal.
Los colonos habían hecho mucho a favor de sí mismos y de sus descendientes estableciendo y conservando sus instituciones representativas. Tres rasgos fundamentales distinguían su sistema político. El primero era el valor fundamental que concedían a las constituciones escritas. Pero desde los primeros años, los colonos habían aprendido a tener por sagrados los derechos consignados en las cédulas otorgadas a los propietarios, a las compañías mercantiles o a los mismos particulares. El segundo rasgo importante fue el conflicto casi constante entre los gobernadores y las asambleas. Representaban dos elementos antagónicos: el gobernador sostenía el derecho real y los intereses imperiales; y las asambleas, los derechos populares y los intereses locales. Por último rasgo muy señalado de la política colonial era la insistencia de las asambleas en la dirección de los gastos públicos. Lucharon por muchas cosas: elecciones frecuentes; exclusión de ellas de los funcionarios reales, derecho a elegir a sus propios presidentes; sobre todo, sostenían que sólo ellas podían conceder o negar créditos. Encontraron mucha oposición, pero en general hicieron prevalecer su punto de vista.
La emigración a América se produjo de manera que el idioma y las instituciones ingleses fueron dominantes en todas partes, de suerte que el país poseyó desde el comienzo una unidad general.
Es importante que no exageremos ni subestimemos la amalgama de pueblos en los días coloniales. Al tiempo de la Revolución, probablemente de tres cuartos a nueve décimos de los colonos blancos eran todavía de sangre inglesa; pero la fusión de sangres holandesa, alemana, francesa y otras europeas, fue muy importante.
Los emigrantes ingleses que se pagaban el pasaje con cinco años de trabajo, los deudores pobres librados de la cárcel, los alemanes que huían del destrozado Palatinado, los escoceses-irlandeses arrojados de su patria por las leyes mercantiles inglesas, no poseían nada y tenían que luchar duramente para llegar a ser dueños de algo. Como plebeyos que eran, aborrecían a los aristócratas que habían obtenido grandes concesiones de tierras o que se enriquecían con el comercio y la especulación. Pero por pobre que fuese, el colono corriente tenía en América una sensación de gozar de posibilidades y de independencia que no había conocido en Europa. Nacía esta sensación de la espaciosidad del territorio y de su abundancia en riquezas naturales.
Las Colonias del Sur
Los rasgos característicos de las Colonias del Sur, y particularmente de Virginia y Carolina del Sur, que eran las más ricas e influyentes, eran tres: el carácter casi exclusivamente rural de su vida; el lugar prominente que tenían las grandes haciendas, con ejércitos de esclavos, mansiones imponentes y una vida ostentosa; y la rigurosa estratificación de la sociedad en clases. Entre los blancos, la base más alta estaba formada por los hacendados ricos y con frecuencia aristocráticos, que ejercían una jefatura política particularmente hábil; formaban la clase media los pequeños hacendados, los granjeros y algunos comerciantes, comisionistas y artesanos; constituían la clase inferior los “blancos pobres”.
El Estrato social más bajo entre los blancos del Sur estaba marcado por líneas muy precisas. Algunos penados, deudores condonados y criados contratados por el valor del pasaje empeoraban, sometidos a las condiciones de vida de la frontera, y formaban un grupo analfabeto, grosero y errabundo que hasta los negros despreciaban. Claro esta que la degradación no iba necesariamente unida al contrato por el precio del pasaje. Muchos emigrantes muy honrados pagaban su pasaje a América a cambio de servir como criados por un tiempo determinado. Contábase entre ellos artesanos ingleses y del continente –ebanistas, sastres, plateros, joyeros, armeros, etc.- que hubieran podido incrementar la actividad industrial del Sur, si no fuera por la rápida generalización de la esclavitud. También la esclavitud contribuyó a hacer despreciable el trabajo manual.
Los esclavos negros se traían de la costa occidental de África, desde Senegambia, al Norte, hasta Angola, al Sur. Después del siglo diecisiete, al terminar el monopolio de la Real Compañía Africana, aquél comercio cayó en manos de una gran variedad de firmas y de individuos, tanto en América como de Inglaterra.
Los territorios interiores
Todos los habitantes de la frontera miraban a los indios con hostilidad; algunas tribus eran amigas, pero en general los colonos reñían una guerra constante con las tierras yermas y los pieles rojas, y así adquirieron viveza, valor y sentido de la solidaridad.
La frontera produjo tenaces granjeros que constantemente ensanchaban el área de la colonización y la civilización. Si era tierra de fatigas y peligros, el territorio interior fue también para muchos un país de novedad y fascinación irresistibles.
Cultura
Entre los elegantes hacendados y comerciantes por un lado, y los matadores de indios de la frontera por el otro, estaba la gran masa de la clase media, formada por los norteamericanos típicos de 1775. Granjeros acomodados y pequeños agricultores, artesanos vigorosos y tenderos emprendedores, no conocían otra tierra que la de Norteamérica ni otro tipo de vida que el norteamericano. Eran súbditos leales de la Corona, admiraban a Inglaterra y se sentían orgullosos de sus derechos como ingleses; pero, a lo menos subconscientemente, percibían que Norteamérica tenía un destino propio.
Parte de la herencia que las colonias legaron a la joven nación, se advierte a la primera ojeada. El hecho de que tuviesen un idioma común, el inglés, fue de valor incalculable. Era uno de los grandes vínculos que hicieron posible la formación de una verdadera nación. La larga y siempre creciente experiencia de las formas representativas de gobierno, fue por otra parte inapreciable de la herencia.
El respeto a los derechos civiles esenciales fue otro elemento importante de la herencia, porque los colonos creían en la libertad de expresión, de prensa y de reunión con la misma firmeza que los ingleses de la metrópoli. También el espíritu general de tolerancia religiosa imperante en las colonias, y el reconocimiento de que sectas distintas podían y debían convivir amistosamente. Igualmente valioso fue el espíritu de tolerancia racial, porque gentes de diferentes sangres –ingleses, irlandeses, alemanes, protestantes franceses, holandeses, suecos- se mezclaban y se casaban sin preocuparse nada de las diferencias.
No podemos dejar de mencionar el fuerte espíritu de iniciativa individual que se manifestaba en las colonias, individualismo siempre notable en la misma Inglaterra, pero que en Norteamérica fue estimulado por las exigencias de la vida en una tierra inculta y difícil.
Independencia de las Trece Colonias
La independencia de las Trece Colonias británicas tiene una psicología especial que tal vez podamos captar si tenemos en cuenta los siguientes factores: el ser fundada colonias por particulares, a veces; el trasplante de los hábitos de autonomía hechos de la Vieja a la Nueva Inglaterra; la religión de la Biblia; el funcionamiento de las Asambleas, que transformaban a cada colonia en una entidad autónoma; la propia administración de los asuntos; el gobierno de una especie de aristocracia; la conservación del sistema del jurado el Common Law (que era un derecho de libertad), y el cultivo de la religión congregativa sin dependencia de Roma o del inglés son características muy significativas. Son notas estas que le dan fisonomía a la emancipación norteamericana y la determinan en el proceso que se acelera a partir de 1763.
Las quejas de los colonos eran distintas entre el norte y el sur. El Norte tenía productos básicos para Gran Bretaña. En 1733 la ley de Melaza había cargado con 6 peniques al pescado salado de las Antillas. Los plantadores del Sur trocaban índigo y tabaco por manufacturas a Inglaterra.
Otro motivo de malestar se situaba en el terreno religioso. La Iglesia Anglicana se encontraba respaldada como la Iglesia del Estado en todas las colonias del sur del río Delaware; contaba con una jerarquía episcopal directamente llegada de Inglaterra y ligada a la clase gobernante. Jerarquía que no gozaba de la simpatía de los presbiterianos, luteranos, baptistas ni cuáqueros, que constituían la mayoría de la población de Virginia y las dos Carolinas. El sector disconforme tenía el poder político de la minoría anglicana y se resistía a pagar a impuestos eclesiásticos destinados a abonar sueldos y pastores ajenos a sus creencias.
Un tercer motivo de queja radicaba en las ideas republicana que circulaban por las colonias y que eran apuestas al imperante despotismo monárquico. Los escritos de John Milton y John Locke habían tenido mucha aceptación entre los colonos. Para Locke el Estado tenía como función fundamental proteger la vida, la libertad y la propiedad de cada ciudadano; el pueblo tiene autoridad política que la delega en el gobierno. Además Locke en “Cartas sobre la tolerancia” sostiene que la Iglesia y el Estado poseen respectivos ámbitos, que deben permanecer separados. Todas estas ideas serán recogidas por los teóricos de la revolución: Franklin, Adams y Otis.
El descontento imperante va a crecer con una serie de medidas que la corona británica tomará después de la paz de París: prohibición y control de establecimientos sobre tierras indias, ley de Azúcar de 1764, prohibición de emitir papel moneda para saldar sus deudas (1764).
Acabada la Guerra de los Siete Años y firmada la paz de París, Francia se vio eliminada del nuevo continente e Inglaterra aumentó sus territorios y sus problemas coloniales. Decide mantener un ejército en las colonias a las cuales para mantenerlo se le imponen contribuciones. George Grenville ideo la Sugar Act (ley de azúcar). Dicha ley sustituía (1764) a la ley de Melaza de 1733, reduciendo el impuesto de seis a tres peniques por galón esperando que con ello el contrabando disminuiría y el comercio rindiera más al erario.
En 1765 además Granville haría cristalizar una ley por la cual se obligaba a las colonias en las que hubiese tropas a facilitarles cuarteles y algunos pertrechos. Para cubrir el saldo, y con un año de antelación Grenville anunció inocentemente la imposición de la ley del Timbre (Stamp Act), un impuesto indirecto. Se prohibió emitir papel moneda. Los colonos tuvieron tiempo de organizarse y resistir.
Antes de aprobarse las leyes, James Otis publicó un folleto “Derechos mantenidos y probados de las colonias británicas” en 1764, en el cual distinguía entre los poderes “de hecho” y de “derecho” del Parlamento.
La oposición colonial fue violenta, distinguiéndose en la repulsa la clase más numerosa, la integrada por comerciantes, hombres de negocio, periodistas y clérigos.
En octubre de 1765 el Congreso decidió establecer la Ley del Timbre. El parlamento había decidido los impuestos, pero las colonias habían recibido su Carta constitucional del rey, no del Parlamento.
Por otro lado, pese al sufragio limitado y a los múltiples abusos, en las colonias se había desarrollado la teoría de que a medida que se creaban nuevas ciudades o condados, debía dárseles voz y voto.
La década que va entre la derogación de la Stamp Act y la declaración de la independencia fue tempestuosa. A medida que el rey tenía más influencia en el gobierno, los ministros eran peores. El ministerio que anuló la ley del Timbre cayó en 1766, pero el nuevo afirmó el derecho de Inglaterra a legislar en materia colonial (ley Declaratoria).
En Filadelfia un letrado llamado John Dickinson comenzó a publicar sus “Cartas de un granjero”, muy leídas, y ejemplo de la literatura de controversia de los tributos y sugería adoptar tres actitudes frente a Inglaterra; primero protesta y petición; segundo, negarse a comprar géneros británicos y tercero resistir por la fuerza a las leyes dictadas por el Parlamento.
El patriotismo no era de todos, se observaba la presencia de tres grupos. Dos de estos grupos eran realmente pequeños: en la cumbre, los ultrarrealistas que defendían la política británica en las colonias; en el extremo se situaban los radicales, totalmente opuestos. En medio estaba la gran masa de colonos norteamericanos, que lo que deseaban sobre todo era que se les dejase vivir en paz, sin ser molestados por las leyes inglesas ni por las violencias de las turbas radicalizadas.
El caso de la balandra Liberty y el hiperbólicamente llamada “matanza de Boston” fueron las dos últimas perturbaciones que llevaron al encuentro armado. En Boston, en 1768, los colonos apresaron a los emisarios que subieron a bordo de la balandra Liberty para cobrar derechos, y desembarcaron el vino que traía sin abonarlo. Los colonos persistían en boicotear los productos británicos. Se mantuvo el impuesto del té. Pero los colonos decidieron importar todos los productos, salvo el té.
La East Indian Company, en bancarrota, obtuvo en 1773 el monopolio para vender a las colonias. Se opusieron los colonos y lo más espectacular se dio en Boston donde unos colonos disfrazados de indios mohawks echaron al agua el té de la barca Dartmouth. Nadie aprobó la destrucción de 18 mil libras de té, más la culpa la tuvo el alcohol que habían ingerido los falsos indígenas. El plan británico de lograr ingresos fiscales terminaba bruscamente. El gobierno inglés castigo a Boston cerrando su puerto.
Inglaterra impuso las “cinco leyes intolerables” y los colonos improvisaron una asamblea en Williamsburg (Virginia), que lanzó la convocatoria de un congreso colonial.
Mientras la guerra fue económica el pueblo se mostró partidario del rey, pero cuando la pugna se haga civil, los colonos repudiarán al monarca. Las colonias estaban en franca guerra con la metrópoli, si bien no habían roto sus vínculos legales con ella ni declarado su emancipación. Fue Jorge III, con su inadecuada política, quien impelió a los colonos a declarar la independencia, única forma, además, de lograr el apoyo de potencias extranjeras.
Cuando pasó el invierno de 1775-76 se habían desvanecido todas las esperanzas de reconciliación. El sentimiento público, hasta el momento un tanto vago, acabó de cuajar por esto y por la lectura de un librito titulado Common Sense, de autoría de un tal Tom Paine. El autor decía que “toda reconciliación en un sueño falaz”, y se preocupaba poco de la legalidad en el asunto planteado. Simplemente se preguntaba: ¿Hay algún interés en seguir unidos a Inglaterra? La respuesta era de sentido común: NO.
La Declaración de Independencia
Fue escrita por Thomas Jefferson y aprobada el 4 de julio de 1776. Se puede dividir en tres partes: la primera con los principios generales tomados por Jefferson de Locke, donde se hacía énfasis que los hombres vivían en igualdad por el Estado de Naturaleza y se reunieron y formaron el gobierno civil, que defiende la vida, libertad y propiedad de los hombres. Jefferson sustituyó propiedad de los hombres por felicidad de los hombres; en segundo lugar se enumeran las disposiciones tomadas por el rey contrarias a los propósitos por los cuales existía la unión entre las colonias y la corona y tercero se establecía como Estado independiente la Unión de estas colonias.
Correos especiales esparcieron la declaración por el país. La sociedad estaba dividida y se daría una pugna que duró hasta 1783. La guerra tuvo poco entusiasmo de los dos lados, los realistas y los norteamericanos. Los británicos se adueñaron de los puertos.
Por otro lado tanto en Francia como España, unidas por pactos familiares, estaban decididas a prestar ayuda para desquitarse un poco del resultado de 1763.
El teatro de operaciones de la Guerra se traslado al Noroeste y al Sur. Los leales cogidos con armas en la mano eran tratados como traidores. No se respetaba ni a los cadáveres. La lucha tenía un tinte de guerra civil manifiesto. Inglaterra se veía debilitada por la coalición internacional suscitada contra ella.
Los deseos de paz, dominantes en ambos bandos acabaron por sobreponerse y se firmó el armisticio en Versalles, el 3 de setiembre de 1783.
Al firmarse la paz hubo una serie de problemas: la frontera del oeste; la navegación por el Misisipi y las reparaciones a los realistas coloniales.
Missouri sería la frontera al oeste; la navegación por el Misisipi sería libre para ingleses y norteamericanos. No había plata para indemnizar a los colonos tories. España recibió Florida y Francia algunas de las Antillas.
Los grandes beneficiarios fueron los Estados Unidos. Los franceses quedaron económicamente arruinados. Los tories ingleses fueron vencidos y el parlamento pasó a mano de los whigs.
La ideología de Norteamérica se exporta a Francia y de allí volvía al Continente americano más precisamente al sur para ser parte de la formación de las nuevas nacionalidades.
FUENTE
• MORALES PADRÓN, Francisco. Manual de Historia Universal. Historia General de América. Espasa-Calpe, S.A.. Madrid. 1975.
• COMMAGER, Henry Steele. NEVINS, Allan. Breve Historia de los Estados Unidos. Biografía de un pueblo libre. Compañía General de Ediciones, S.A. – México. Sine data.
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