domingo, 31 de julio de 2011
Material para 4º Año
República Popular ChinaDurante el siglo XIX, China había sido obligada por las potencias occidentales, mediante el uso de la fuerza, a otorgarle todo tipo de concesiones. Entre 1839 y 1842, fue vencida por Gran Bretaña, en la llamada guerra del opio. Debido a esa derrota, debió entregar Hong-Kong a su vencedora y abrir sus puertos al comercio inglés. En otras guerras libradas contra las grandes naciones occidentales y contra el Japón, China perdió Vietnam, Corea y Formosa.
Esta constante serie de concesiones llevó al partido nacionalista chino, el Kuomitang (fundado por el dirigente Sun-Yat-Sen), a derribar, en 1911, al milenario gobierno imperial residente en Pekín, para reemplazarlo por una República. El programa republicano proponía, básicamente, recuperar el país para los chinos, combatir la corrupta dirigencia que acordaba con los europeos y evitar que China continuara entregando sus riquezas a los extranjeros.
Sin embargo, la situación en el interior del país siguió siendo caótica. Cada región era dirigida por caudillos locales, llamados los Señores de la Guerra, que combatían unos contra otros imponiendo sus ideas. Si bien durante el siglo XIX China fue permanentemente agredida por el imperialismo europeo, durante la primera mitad del siglo XX, lo fue por el imperialismo japonés.
Los japoneses lograron ubicar a sus efectivos muy cerca del territorio chino en 1917, cuando numerosas tropas japonesas desembarcaron en Siberia Oriental, apenas comenzada la Revolución Rusa, para ayudar a los ejércitos zaristas rusos a derrotar a los bolcheviques. La presencia militar japonesa en el Asia fue, a partir de ese momento, cada vez mayor. Su objetivo era ocupar el territorio chino.
Sin embargo, muy pronto los Estados Unidos y Gran Bretaña, que tenían importantes posesiones e intereses en el Extremo Oriente, cambiaron su política respecto a China. Preocupados por el avance japonés en Asia, en la Conferencia de Washington (1922) formaron un frente destinado a contener al Japón. Así, obligaron a éste a limitar el crecimiento de su armada y a restituirle a China una base naval.
En 1921, en Shanghai, fue fundado el Partido Comunista Chino. Entre los doce miembros fundadores se encontraba el joven Mao-Tse-Tung, futuro conductor del comunismo chino. En ese mismo año, se constituyó un nuevo gobierno en Cantón, que se opuso al existente en Pekín. Se buscó, de este modo, poner fin al desorden interior y al poder de los Señores de La guerra.
Hacia 1923, Sun Yat-Sen instaló un nuevo gobierno en Cantón, en el que participó el joven partido comunista chino. En 1925, a la muerte de Sun Yat-sen, Chiang Kai-shek asumió el mando supremo del ejército nacionalista y, en poco tiempo, adoptó políticas anticomunistas.
En 1926, Chiang Kai-shek, ordenó el arresto de dirigentes comunistas y eliminó del ejército a los militares que simpatizaban con éstos.
En 1927, organizando unidades de combate obrero-campesinas, los comunistas crearon el germen de lo que, con el tiempo, fue el “ejército rojo”. En el Kuomintang, mientras tanto, la división entre nacionalistas y comunistas, inexistente en 1911, era cada vez más clara y profunda.
Comenzó entonces una verdadera caza de comunistas, cuyo centro fue la ciudad de Shanghai. Pese a las persecuciones, los comunistas lograron colocar bajo su control distintas zonas del extenso territorio chino. Pronto, Mao se convirtió en el teórico político máximo del partido y en su conductor indiscutido.
En 1931, la situación política en China sufrió un violento cambio. Los japoneses iniciaron una invasión, sin previa declaración de guerra, que sólo concluyó con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El ataque japonés alivió la situación de los comunistas de Mao, aunque éste en nombre del partido, en 1932, declaró la guerra a los japoneses. Durante ese año el siguiente, Chiang comenzó un ataque que pretendió aniquilar a los comunistas Descuidó así la lucha contra los japoneses, lo que permitió que éstos ocuparan toda la Manchuria (región del Asia, perteneciente a China). Mientras tanto, al borde del aniquilamiento, los comunistas iniciaron la retirada. De este modo, el partido comunista evitó su extinción.
RESUMEN DE LA REVOLUCIÓN CHINA Introducción: China fue siempre un país intervenido por potencias colonialistas. La existencia de territorios ocupados fue argumento suficiente para que los revolucionarios lograran levantar las masas en pro de un cambio que pusiera fin a las usurpaciones. Entre los territorios ocupados estaba Manchuria (la tomó el imperio del Japón en 1931). En 1945 los comunistas fueron factor importante en la liberación de Manchuria, razón por la cual se les aceptará en la población. Un régimen feudal, caracterizado por el gobierno autócrata de terratenientes. Como consecuencia del régimen feudal persistente la masa campesina se mantiene en la miseria, en la ignorancia, y con escasos recursos para sobrevivir. La influencia de la Revolución Soviética el envío de emisarios rusos en forma directa e indirecta a China con el fin de concientizar a la población para que se rebelara como lo hizo en Rusia.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, China era un país muy pobre, dedicado básicamente a las actividades agrícolas y con un desarrollo industrial prácticamente inexistente (sólo el 3% de la población trabajaba en la industria).
La agricultura seguía utilizando los métodos tradicionales y se basaba en el cultivo extensivo del arroz, el maíz y la patata. En los últimos decenios, la población había aumentado enormemente, pero seguía sujeta a las tradicionales dificultades naturales (inundaciones, sequías...) que daban lugar a hambrunas periódicas y a la muerte de millones de campesinos. Una minoría de grandes propietarios detentaba la propiedad de la tierra que era trabajada por los campesinos bajo un régimen de tipo feudal. Vivían sumidos en la pobreza y asfixiados por las rentas que debían pagar a los señores (más de mitad de la cosecha).
La entrada en China de las potencias europeas en el siglo XIX había comportado un cierto desarrollo industrial en una estrecha franja costera y una apertura comercial hacia Occidente. También había surgido una burguesía comercial, aunque numéricamente era poco importante. De este modo, China mantenía una rígida estructura social, sostenida por el confucionismo, que inculcaba al pueblo la sumisión a las jerarquías políticas, sociales y familiares.
Políticamente, después de la destitución del último emperador en 1911, se había proclamado la República, que estaba en manos de las fuerzas nacionalistas del Kuomintang, partido fundado en 1905, que dirigió el movimiento insurreccional que puso fin al tradicional Imperio Chino, instaurando una democracia parlamentaria y proponiéndose liberar al país del imperialismo extranjero. Estuvo dirigido primero por Sun Yat-sen y después por Chiang Kai-chek, quien orientó al país hacía una vía muy conservadora, que dio lugar a una fuerte oposición comunista. El Partido Comunista, dirigido por Mao Zedong, tenía su fuerza entre los campesinos y defendía la necesidad de un reparto de la propiedad entre los campesinos pobres.
El Partido Comunista Chino fue fundado en 1921 por algunos intelectuales como Mao Zedong y Zhou Enlai. En 1927 se enfrentó a la política del Kuomintang y proclamó la necesidad de la revolución armada de los campesinos.
En 1934, las tropas comunistas emprendieron lo que se llamó la "Larga Marcha": recorrieron cerca de 12.000 km huyendo del cerco que les habían tendido los ejércitos nacionalistas. Después de un enfrentamiento con las tropas de Chiang Kaí-chek, los comunistas, dirigidos por Mao, se refugiaron en Yenan, donde a partir de 1935 promovieron la creación de una República Popular, en la que se llevaron a cabo una serie de reformas sociales que habían de ser el preludio de la nueva sociedad: elecciones con sufragio secreto para la Administración local, lucha contra el feudalismo, reparto de tierras, disminución de los impuestos, etc.
China antes de la Segunda Guerra Mundial:
1911 Revolución China. Los nacionalistas, dirigidos por Sun Yat-sen, derrocan el Imperio manchú.
1916 Se constituye en Cantón un nuevo gobierno basado en los «tres principios» de Sun: nacionalismo, democracia y aumento del nivel de vida popular.
1918 Segundo gobierno en Pekín dirigido por Yuan ShiKaiwho, que se convirtió en presidente con el apoyo del ejército. Sun declara la guerra a Alemania, Yuan le sigue en 1917. El Tratado de Versalles autoriza a Japón a quedarse con el territorio alemán de Shantung. China no obtiene nada. Deja de comprar mercancías británicas y japonesas y busca la ayuda de Rusia. Rusia devuelve a China territorios arrebatados durante el siglo anterior. El Partido Comunista Chino empieza a crecer.
1922 Los nacionalistas del Koumintang no consiguen someter a los poderosos señores de la guerra. Sun invita al Partido Comunista a unirse a su ejército.
1925 Muere Sun Yat-sen. Chiang Kai-chek se convierte en el líder del Koumintang.
1926 Las expediciones contra los señores de la guerra en el norte del país obtienen un gran éxito.
1927 Chiang inicia unos ataques contra el Partido Comunista. Las «patrullas de la muerte» del Koumintang se lanzan sobre los comunistas en Cantón, asesinando a 6.000 personas.
Ataques similares en Shanghai y otras grandes ciudades. Mao Zedong (Mao-Tse-tung) se convierte en líder del Partido Comunista. Conduce a lo que queda del Partido Comunista a las montañas de Kiangsi e instituye un Soviet para reconstruir el Partido e iniciar la guerra civil contra el Koumíntang.
1928 Chiang entra en Pekín y se convierte en el nuevo gobernante de China. Cree que el país necesita un líder militar fuerte y decide deshacerse de su único rival, el Partido Comunista.
1931 Chiang pone en marcha una serie de campañas de exterminio para derrotar a los comunistas en Kiangsi. El ejército del Partido Comunista —Ejército Rojo de Liberación del Pueblo— utiliza la táctica de guerrillas. Los japoneses invaden Manchuria. Chiang decide enfrentarse al Ejército Rojo antes que a los japoneses.
La guerra civil y la revolución de 1949:
La Segunda Guerra Mundial puso un paréntesis en la guerra civil: comunistas y nacionalistas pelearon juntos contra los japoneses. Durante esta guerra, entre 1937 y 1946, China fue invadida por las tropas niponas. Los comunistas chinos desempeñaron un papel muy importante en la lucha contra los japoneses y consiguieron ganarse el apoyo de los campesinos gracias a las medidas revolucionarias que se ponían en práctica en los territorios bajo control comunista: reparto de las tierras, aplazamiento de deudas, limitación de impuestos, etc.
La capitulación japonesa de 1945 llevó a China hacia una guerra civil que enfrentó a los comunistas y a los nacionalistas del Kuomintang, que se habían reconciliado temporalmente para constituir un Frente Nacionalista antijaponés en 1937. Las fuerzas comunistas controlaban una buena parte del territorio chino que reunía a más de 100 millones de habitantes, la mayoría campesinos. El resto del territorio, es decir, las zonas costeras y la mayoría de las grandes ciudades, estaba en manos del Kuomintang, que se oponía a la reforma agraria fomentada por los comunistas y que contaba con el apoyo de Estados Unidos.
En 1947 las fuerzas comunistas protagonizaron una gran ofensiva que culminó con la reconquista de Manchuria y la conquista de las ciudades más importantes. Sumido en el desorden y la corrupción, el ejército nacionalista cesó la lucha y los dirigentes del Kuomintang abandonaron el continente y se refugiaron en la isla de Formosa bajo la protección de la flota americana. Tras el triunfo del ejército comunista, el 1 de octubre de 1949, Mao proclamó en Pekín el nacimiento oficial de la República Popular China. El campo comunista se había ensanchado enormemente con la incorporación de un país de 9 millones de Km² y una población de 500 millones de habitantes. Los nacionalistas, por su parte, se refugiaron en la isla de Formosa (Taiwan).
Los primeros años de la República Popular
Nacida en plena Guerra Fría, la República Popular China fue reconocida diplomáticamente tan sólo por los países comunistas, algunos Estados vecinos de Asia y por el Reino Unido y Portugal, que contaban con algunos enclaves comerciales en su territorio y no querían ganarse la enemistad de la nueva China. El resto del mundo occidental y la ONU no quisieron reconocer al nuevo Estado, manteniendo que el único depositario de la legitimitidad china era el gobierno de la China nacionalista.
Aislada frente al resto del mundo, la China Popular se volcó hacia la Unión Soviética, el único aliado del que podría obtener la ayuda financiera, económica y técnica que necesitaba para la reconstrucción del país. De este modo, en febrero de 1950, los dirigentes chinos firmaron en Moscú un tratado de "amistad, alianza y asistencia mutua" con el gobierno soviético. A partir de este momento, la construcción del socialismo en China se orientó hacia el modelo soviético y la estrategia estalinista: rápida colectivización de la tierra y una planificación económica que daba prioridad absoluta a la industria pesada.
El nuevo régimen presentó algunas peculiaridades propias respecto al comunismo internacional, lo que dio origen a lo que se conoce como maoísmo: unión de las cuatro clases revolucionarias (campesinos, obreros, pequeña burguesía y burguesía nacional), importancia del campesinado, revolución permanente, acción directa del Partido en todas la áreas.
En el terreno económico, el gobierno chino lanzó el primer plan quinquenal (1953-1957), que se centró en el desarrollo de la industria pesada. En forma complementaria, se llevó a cabo una progresiva colectivización de la agricultura. Las grandes propiedades en poder de latifundistas y de la burguesía campesina fueron expropiadas y repartidas entre los agricultores.
Los campesinos, que se habían convertido en propietarios como consecuencia de la reforma agraria de 1950, fueron incitados a reagruparse en cooperativas socialistas de producción al estilo de los koljoses soviéticos. En 1957, la mayoría de los campesinos chinos formaban parte de este tipo de cooperativas. Las empresas privadas, tanto industriales como comerciales pasaron a ser de propiedad estatal y los artesanos fueron reagrupados en cooperativas controladas también por el Estado.
También se inauguró una política de planes quinquenales de estilo soviético. El primer plan (1953-57) fijó la prioridad del crecimiento industrial, y en particular de la industria pesada, por encima del desarrollo agrícola, lo que trajo consigo un déficit alimentario y la necesidad de mantener el racionamiento. Finalmente, se redactó una Constitución en 1954, que se inspiraba en la soviética, con un total paralelismo entre las estrucutras del estado y las del Partido Comunista.
La campaña de las Cien Flores y el Gran Salto Adelante: En 1956, el régimen comunista impulsó un proceso de liberalización intelectual: la campaña de las Cien Flores (1956-1957). Con él, el Partido Comunista Chino buscaba captar la adhesión de los intelectuales, muchos de los cuales le eran hostiles. En un principio, los intelectuales no comunistas se mostraron reacios a manifestar sus críticas. Finalmente, el movimiento desembocó en una verdadera denuncia de las propias bases políticas del régimen. La reacción del Partido no se hizo esperar: los críticos fueron acusados de contrarrevolucionarios y elitistas y muchos de ellos fueron castigados.
Documento: Revolución cultural en la Universidad
La lucha era muy encarnizada entonces. Obligábamos a los profesores a llevar un gorro y un cartel colgado del cuello en los que aparecían frases escritas como: «Soy un monstruo.» Comparecían por turnos ante todas las clases, donde les insultábamos, y les asediábamos con consignas, acusaciones y órdenes de reformarse. Les obligábamos a limpiar los lavabos, les embadurnábamos con pintura negra y organizábamos «equipos de control de monstruos» (kuan niu-kui tu,), que se encargaban de que recibieran el trato que se merecían. Les acusábamos de faltas concretas y no parábamos hasta que confesaban que las habían cometido. Hizo falta casi una semana de lucha sin tregua para que un hombre admitiera que había dicho «Mao está equivocado» en una conversación con un colega suyo.» Fuente Consultada: Memorias del Guardia Rojo (1976) A. Michel.
En 1958, el gobierno chino lanzó un amplio movimiento conocido como el Gran Salto Adelante: con él se buscaba lograr un equilibrio entre el desarrollo industrial y la agricultura. Pero, a pesar del éxito obtenido en los dos primeros años, el Gran Salto fue un fracaso.
La crisis se agravó debido a la ruptura con la Unión Soviética a principios de los '60. Las aspiraciones chinas a convertirse en un foco de irradiación de una nueva ola revolucionaria mundial, en la que la lucha contra el capitalismo era central, contrastaba con la ambigüedad de las relaciones que en esos años Moscú mantenía con Occidente.
La Revolución Cultural
Una de las consecuencias del fracaso del Gran Salto Adelante fue el deseaste y la relegación de la figura de Mao del centro del poder. Un grupo de dirigentes del Partido y algunos militares comenzaron a someter las ideas de Mao a una profunda revisión. En 1962, comenzó la contraofensiva del maoísmo a partir del Ejército, donde el líder conservaba un enorme prestigio. A fines de 1965, Mao dirigió sus ataques contra los intelectuales, invitando a los estudiantes a denunciar las desviaciones ideológicas.
Dicha estrategia triunfó en agosto de 1966, fecha en que se hicieron públicos los dieciséis puntos de la “gran revolución proletaria” que habían sido impuestos de hecho gracias a la lealtad de los guardias rojos y al apoyo de las masas trabajadoras descontentas. Los objetivos principales que pretendía cubrir con este proceso eran, en primer lugar, la persecución y derrota de todos aquellos que, detentando el poder, seguían la vía capitalista; en segundo lugar, la destitución de las autoridades académicas burgueses y la abolición de su ideología; por último, la transformación de aspectos de la superestructura – lugar donde se sitúa la ideología en la teoría marxista – que habían quedado desfasados después de la implantación de la economía socialista
Aquel mismo año de 1966 se hizo público el célebre Libro Rojo, recopilación de citas de Mao que sintetizan lo fundamental de su pensamiento y que se extendió entre las masas chinas con el propósito de que sirviera de instrumento para que asumieran el protagonismo de su propia revolución. El libro, traducido a numerosos idiomas, corrió de mano en mano por todo el mundo y se convirtió en un auténtico best-seller político de la década siguiente. Después del noveno congreso del Partido Comunista, celebrado en abril de 1969, el pensamiento maoísta se consolidó como eje de la Revolución China, pero veinte años después, las disidencias internas, sacadas a la luz por la descomposición generalizada de los regímenes imperantes en los países del llamado “socialismo real”, y especialmente representadas por los jóvenes estudiantes y la población descontenta de las grandes concentraciones urbanas, fueron violentamente reprimidas en la Plaza de Tiananmen.
Para entonces, el último de los supervivientes que fundaron el Partido Comunista, Mao Tse-tung, había fallecido en 1976. Pese al imprevisible desmoronamiento de su gran obra, aún hoy el mundo recuerda con fascinación la asombrosa energía de que hizo gala el maestro chino durante su larguísima existencia. Siendo joven, cuando caía la helada lluvia traída por el viento de Mongolia, Mao se desnudaba para recibirla con objeto de, según sus propias palabras, “domar el esqueleto”. Con el mismo rigor espartano y abnegado mantuvo un pulso con la Historia.
El llamado de Mao tuvo una gran respuesta en las escuelas y en las universidades, de ahí que este movimiento haya recibido el nombre de Revolución Cultural. El movimiento pronto se extendió a toda China. Los estudiantes, convertidos en Guardias Rojos, dirigían sus ataques contra los dirigentes que se habían opuesto a Mao, a los que calificaban de revisionistas y contrarrevolucionarios. A comienzos de 1969, Mao había recuperado su poder.
China después de Mao: Tras la muerte de Mao en 1976, los dirigentes chinos mantuvieron el modelo socialista. Sin embargo, se ha desarrollado una política económica más pragmática que, lentamente, camina hacia una economía de mercado, aunque siempre controlada. El conductor de este cambio es Deng Xlao Ping, uno de los dirigentes marginados del Partido durante la Revolución Cultura] y rehabilitado posteriormente. En 1978-1979, Deng impulsó una cierta liberalización política conocida como "Primavera de Pekín" y permitió una crítica moderada al maoísmo. Sin embargo, el régimen chino todavía se caracteriza por la falta de libertad política. Los movimientos de oposición son duramente reprimidos tal fue el caso de la revuelta estudiantil en la plaza de Tiananmen, en Pekín, en 1989.
FUENTE: Portal Sedna.
domingo, 24 de julio de 2011
Material para 4º Año
LA UNIÓN SOVIÉTICA
En 1917 se da una primera etapa en el proceso revolucionario en febrero: varios cuerpos del ejército se pasan a los revolucionarios; además se da la fundación del Comité ejecutivo provisional del Consejo Obrero.
Estas movilizaciones llevan a la abdicación del zar Nicolás II.
Lenin en abril en su “Tesis de abril” pide todo el poder para los soviets. Pide además la constitución de una República de Soviets y nacionalización de la banca y de la propiedad privada.
En octubre se dará la Revolución bolchevique.
Unión Soviética entre 1924-1930
El proceso por el que Stalin se convierte en dictador absoluto de la URSS. , es el de la liquidación sistemática de todo tipo de oposición en la Unión Soviética.
En 1925 se da la destitución de Trotski como comisario de guerra debido a que sus teorías a cerca de la revolución permanente se oponen a las del socialismo en un solo país, defendidas por Stalin. Trotski muere asesinado en Méjico luego de ser expulsado del país en 1929.
En 1928 comienzan los planes quinquenales. La Unión Soviética pasa a una industrialización moderna y el proceso de industrialización se centra en la industria pesada. Se da una colectivización de la agricultura. Desaparecen los kulaks (clase media campesina). Creación de los koljoses (cooperativas colectivas que implican la propiedad de producción, pero no de la tierra) y sovjoses (granjas socializadas cuya producción, maquinaria y tierra pertenecen al Estado).
Técnicos y burócratas del Partido Comunista influyen con mucho peso en el gobierno.
En lo educativo se da una enseñanza obligatoria y gratuita (desaparece el analfabetismo).
La Constitución de 1936 establece la existencia de 11 repúblicas que integran un Estado Federal (Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, Azerbaiján, Kazan, Kirguistán, Uzbekistán, Turkmenistan y Tajikistan) a las que se les reconoce el derecho de separarse de la Unión.
El órgano supremo del poder es el Soviet Supremo. No existe división de poderes.
El Modelo Soviético
Las modificaciones políticas y el ascenso de los partidos comunistas se realizaron en la Europa oriental al mismo tiempo que se llevaban a cabo algunas medidas decisivas para la transformación social y económica del anterior sistema capitalista. La situación inicial, en estos países en los que se había desarrollado una parte sustancial de la guerra, que no podía se más desastrosa. A las pérdidas humanas, como hemos visto para otras naciones implicadas, se añadían las agrícolas, el desmantelamiento industrial y la destrucción de comunicaciones o medio de transporte. La desvalorización de las monedas, las pérdidas de reservas financieras y el endeudamiento eran también considerables en 1945.
Las coaliciones gubernamentales adoptarían radicales medidas de confiscación y nacionalización de bienes de propiedad de numerosas familias y grandes propietarios colaboracionistas o huidos del país.
En líneas generales la política económica tuvo que contar en los primeros años con la variedad de fuerzas e intereses coligados. No obstante, desde la llegada al poder de los comunistas, se generaliza el modelo soviético de planificación quinquenal que, dado el abrumador peso de la economía pública, se convertía de hecho en el motor del desarrollo.
Pero la revolución se aplicó con mayor énfasis en la reestructuración de la sociedad anterior. Las clases dirigentes del período burgués (nobleza, empresarios, clero, grandes propietarios…) perdieron su peso económico y político. Las clases medias, pequeño burgueses y empresarios liberales hubieron de pasar por una dura fase de readaptación, mientras en el estamento intelectual se operaban frecuentes divisiones. Tradicional cantera de la clase política, los intelectuales y profesionales de la abogacía, la enseñanza, la administración, etc., vieron cómo obreros y militantes comunistas, junto a otros revolucionarios copaban los puestos clave en el nuevo Estado. El campesinado no propietario favorecido por la reforma agraria, sin embargo, tendría que soportar la relegación de su sector económico ante las inversiones prioritarias en la industria. En cuanto al proletariado industrial y a la gran mayoría de las clases urbanas constituyeron desde el comienzo el mejor sostén de los nuevos regímenes, por su mayor concienciación política y un mejor potencial revolucionario desarrollado bajo la propaganda marxista de épocas anteriores.
La Unión Soviética después de Stalin
Hasta el más reciente intento liberalizador del premier Gorbachov, la muerte de Stalin, los sucesos que constituyen la crónica de la disputa por su herencia y la fase de reformas posterior son sin duda los acontecimientos más relevantes y que han despertado mayor interés de toda la actual historia soviética. La troika de políticos que trataría de asumir el mando tras la desaparición del hombre que fuera venerado como un zar la componían tres hombres de diferente valía, distinta perspectiva política y variada intención. El primero de ellos, e inicialmente llamado a ocupar el más alto cargo del país, era Malenkov, que había sido secretario personal de Stalin y era vicepresidente del Gobierno y secretario adjunto del Comité Central del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética).
Al asumir el mando, Malenkov se decidió por sustituir la autocracia estaliniana por una dirección colegiada, en la que Beria controlaba la cartera interior y Molotov se encargaba del fundamental cometido de las relaciones exteriores. Junto a estos principales dirigentes fueron confirmados en el aparato Bulganin como ministro de Defensa y Nikita Kruschev, que sería nombrado primer secretario del Comité Central del partido.
En febrero de 1955 Malenkov dimite ante el fracaso de sus medidas, como la baja de precios al consumo que provocó un desabastecimiento.
El golpe de gracia se lo asestaría personalmente el propio Kruschev cuando, erigiéndose en guardián de la ortodoxia leninista, consiguió en el Soviet Supremo (enero de 1955) la condena de los errores de Malenkov. A continuación se produce uno de los hechos habituales en las purgas políticas soviéticas que la diferencia de las occidentales: en febrero Malenkov realizaba ese “harakiri” político que es la autocrítica, en el que reconocía abierto pero forzadamente su falta de capacidad e inexperiencia. En 1955, Malenkov dejaba el campo libre, era expulsado del Comité Central del PCUS y relegado a un exilio “dorado”, pero infamante para sus ambiciones políticas, como director de una central eléctrica.
Kruschev y el XX Congreso
Por primera vez en la Unión Soviética se trataría con éxito de crear un estado de opinión pública generalizado mediante la utilización de la prensa del partido, la radio o los viajes propagandísticos. Gracias a estos elementos, Kruschev no sólo consiguió desembarazarse de Malenkov y Molotov, sino que vio reconocida su hegemonía, entre otros posibles candidatos de segunda fila, como Bulganin, Kaganovich, Vorochilov… Inmerso en una carrera de revisión antiestalinista, Kruschev protagoniza un gran golpe de efecto en mayo de 1955, al visitar Belgrado y firmar una espectacular reconciliación con Tito.
Las bases ideológicas-tácticas de Kruschev, como luego ha venido siendo habitual entre los dirigentes moscovitas que se han disputado la sucesión, tratan de recuperar algunos de los elementos más positivos del leninismo y de enfrentarlos a gestiones anteriores, que quedaban explícitamente calificadas de anticomunistas. Respecto a las relaciones internacionales, Kruschev atacaría duramente el militarismo y la cultura bélica creada por inspiración de Stalin. Citando a Lenin, afirmaría que la guerra no era inevitable y terminaría haciendo un elogio de los beneficios de la coexistencia pacífica.
Los aspectos socioeconómicos del Congreso recogieron la evidencia del semifracaso del V Plan quinquenal en el sector agrícola, que se habría visto afectado por graves estrangulamiento entre 1952 y 1953, últimos años del gobierno de Stalin. Se afirmaba, en cambio el progreso industrial con un 85 por 100 de incremento productivo en el período del plan, aunque con menos aumento de lo previsto en el capítulo de la productividad laboral. Finalmente se recogía una impresión optimista del futuro, gracias a la elevación general en la renta de un 70 por 100, por encima de las previsiones.
Con estos puntos de partida, el lanzamiento del VI Plan (1956-1960) tuvo que tener en cuenta una mayor dedicación a mejorar las condiciones de consumo, el abastecimiento de las grandes ciudades y la situación de obreros y campesinos. La construcción del socialismo, que desde entonces se admitió menos fácil de lo previsto, habría de hacerse sin relegar los grandes objetivos macroeconómicos pero sin desatender la renta social y el disfrute popular de los beneficios.
Por estas razones se modificaron las cláusulas estalinianas en el mundo del trabajo, reduciendo el horario a siete horas, aumentando los salarios en un 30 por 100 y la renta de los koljosianos en otro 40 por 100. Se impulsó la construcción de viviendas, tratando de incluir entre los objetivos del plan la lamentable situación del hábitat en las grandes ciudades industriales. Los horizontes para el incremento de la producción industrial (65 por 100), mantuvieron las triunfalistas perspectivas anteriores, contando con el apoyo de todos los delegados asistentes al Congreso.
La reforma de la enseñanza, al revitalización de las actividades sindicales y de los soviets de base o la sensación de mayor libertad pública, fueron reconocidas por los medios occidentales, que seguían con interés y falsa complacencia toda la revisión antiestalinista.
El reconocimiento de derechos a los pueblos deportados, la mejora de las condiciones penales y de las garantías procesales, o las reformas en la judicatura y en la reglamentación de los conflictos laborales, fueron medidas paralelas al esfuerzo por atraerse al sector intelectual disidente.
Durante su mandando político, Kruschev conoció momentos de oposición, acoso e incertidumbre, en uno de los cuales sus adversarios consiguieron derribarle.
En los años centrales de su gestión le correspondió vivir una de las mejores épocas del desarrollo contemporáneo de la Unión Soviética.
Los esfuerzos llevados a cabo para difundir en el campo la misma emulación productiva que antiguamente se había propagado en la industria, contaron incluso con la presencia activa del propio Kruschev, que recorría pueblos, granjas y koljoses para estimular una revolución productiva que, según las previsiones oficiales, pretendía igualar las gigantescas producciones americanas en el sector. Se reconocen sustanciales avances en este aspecto, pero sin llegar a os objetivos desmesurados de la planificación. La voluntad política que empujaba al afán emulador perjudicó la ancestral independencia campesina, con la creación o transformación de las explotaciones en granjas estatales, llamadas a cumplir al límite las cifras productivas programadas.
A pesar de todo, el VI Plan quinquenal pomposamente lanzado en el XX Congreso y en el que si se incluían proyectos de envergadura, como la creación de nuevas bases industriales siberianas, hubo de abandonarse por las tensiones inversoras y financieras creadas entre los distintos ministerios encargados. La crisis planificadora se extendió por casi tres años hasta aprobación de un programa recambio, esta vez setenal. El XXI Congreso del partido, que había sido reunido con la calificación de extraordinario para el examen del plan nuevo, se entusiasmó con pretensiones que iban desde las habituales elevaciones productivas hasta la superación de los Estados Unidos, como premisa para alcanzar el socialismo.
El pleno ciclo de lanzamiento de su imagen, Kruschev visitará Estados Unidos, del 15 al 28 de setiembre de 1959. Es también el comienzo de una recuperación del personalismo, como modelo inevitable en los liderazgos del mundo socialista. Cuando Kruschev y Eisenhower se reúnen en Washington, para reafirmar en público los principios de la coexistencia pacífica, en la URSS., han sido desterrados y condenados los métodos estalinistas, se han hechos avances en la tolerancia cultural y se viven momentos de euforia económica y productiva.
El período de Kruschev se caracterizó también por la consolidación de los principales logros soviéticos, anteriores en materia educativa, formación de profesionales, igualdad de sexos y extensión de la sanidad.
La marcha de la producción era tan favorable en los primeros años que el líder soviético no dudaría en elevar oficialmente las perspectivas planificadoras, en el marco del XXII Congreso del PCUS, celebrado en 1961. Las declaraciones optimistas de los dirigentes socialistas, que todavía saboreaban el éxito de su ventaja en la carrera espacial (Suptnik, 1957; Lunik, 1959); vuelos tripulados en 1961), crearon un espejismo político peligroso cuya primera víctima habría de ser el mismo Kruschev.
El escenario de esplendor del Congreso no podía eludir el recuerdo de algunas permanencias drásticas y dolorosas. Desde 1960 se apreciaba un endurecimiento de las condiciones represivas, en especial del régimen judicial y penitenciario, con una aplicación inusitada de la pena de muerte a los delitos sociales o económicos de hasta 160 ejecuciones entre 1961 y 1962. También sufrió un retroceso la tolerancia religiosa y se cortaron las “veleidades” intelectuales.
Mientras se acumulaban las tensiones políticas, culturales o religiosas, las previsiones económicas empezaron a derrumbarse hacia 1963 con el grave descenso registrado en la producción agrícola. El fracaso productivo fue inmediatamente aprovechado por los adversarios del inquilino del Kremlin, que lo achacaron entre otras cosas a la nefasta política desarrollada en las nuevas explotaciones.
En octubre de 1964 cuajaron todas las posiciones adversas a la continuidad de Kruschev. Es acusado en el Comité Central de concentración de poderes, pretensiones disparatadas, incumplimiento de promesas y desafortunada gestión interna y externa. Denuncias que constituían en realidad la capa más superficial del fracaso en los programas sociales y económicos. El 14 de octubre es relevado de sus cargos y se designa a Brezhnev, como primer secretario del partido, y a Kossyguin, presidente del Consejo.
La era Kruschev llegaba a su fin en medio de la sorpresa de los medios occidentales, para quienes simbolizaba toda una fase llena de esperanzas y progresos, después del oscuro periplo estalinista. En medio de la decepción política y personal que habría de producirse su relegación, Kruschev sin embargo, fue uno de los primeros beneficiados de un retiro incruento, que los nuevos modos por él protagonizados habían instituido en la URSS.
El deshielo y la coexistencia entre la URSS. y los EEUU. que se abre a partir de la tensión cubana de 1962 y en especial tras el tratado de agosto de 1963 para la prohibición de pruebas atómicas en la atmósfera, tuvo una consecuencia inesperada en la relaciones ruso-chinas. El coloso asiático, en plena ascensión de su proceso revolucionario, tras la muerte de Stalin no reconocía en sus sucesores el mismo liderazgo. El maoísmo, además, parecía responder mejor a las necesidades políticas de las luchas en el Tercer Mundo que la doctrina contemporizadora exportada por Kruschev.
El primer punto de fricción los constituiría el repliegue cubano, tras el cual Kruschev fue acusado oficialmente por primera vez de haber retrocedido ante la arrogancia imperialista. El abandono ruso fue entendido en Pekín como el inicio de un revisionismo doctrinal que permitía mantener una doble moral política y abandonado a un pequeño país (Cuba) a su suerte, frente a la amenaza yanqui. Las acusaciones de aventurerismo, revisionismo o sectarismo menudearon entre los ideólogos del lado maoísta, y en el plazo, entre 1962 y 1963, produjeron una grave fractura en el conjunto comunista.
Al mismo tiempo, los ideólogos maoístas resucitaban la memoria de Stalin y su dureza antioccidental, para oponerla a Kruschev y a sus excelentes relaciones con los Estados Unidos.
Las acusaciones mutuas continuaron durante 1964, después de que Moscú trató de organizar una reunión de los partidos comunistas de todo el mundo, para pedir la condena de China, y de que Mao contestara acusando a Kruschev de “seudocomunista” y de haber usurpado el poder en la URSS.
Las relaciones entre la URSS. y China van a quedar casi sin contactos hasta la Perestroika.
En 1948 se produjo en Checoslovaquia la quiebra del proceso de democratización “a la occidental” iniciado tras la guerra mundial. El Partido Comunista, vencedor en la elecciones de postguerra, en cuanto tuvo el poder en sus manos aplicó una copia del modelo estalinista, en el que no faltaron purgas políticas y eliminación de los elementos opositores. Al mismo tiempo, el gobierno checo se alineaba junto a Moscú en su enfrentamiento a Tito, y renunciaba de este modo a construir un socialismo particular o nacional, independiente de las directrices soviéticas. La aplicación tensa de este modelo crearía una gestión rígida, aislada de los problemas reales del país y con una práctica política monolítica a favor exclusivo del aparato del partido. El programa que se quería impulsar en la primavera de Praga era el de un socialismo democrático. El fortalecimiento de la independencia sindical, el derecho a la huelga y otras garantías sindicales formaban también parte del programa de abril.
En lo económico se preveían reformas importantes, con las que se trataba de eliminar la recia burocracia estalinista y aumentar la intervención obrera y técnicos en las decisiones empresariales. Sin renunciar a los modelos planificadores, entonces en pleno desarrollo, se oponía el énfasis en una mayor libertad de producción y mercado con el fin de que los consumidores tuvieran más participación en la economía global a través de una mayor opción de compra.
El Pacto de Varsovia decide intervenir y realiza una invasión con sus tanques en Praga. Detiene a Dubceck. Hay represión en las calles. Pero en general las víctimas fueron pocas y los incidentes no fueron tan grandes. Fue aparatosa la presencia de los tanques. La Unión Soviética tuvo que liberar a Dubceck para reorganizar de nuevo la estabilidad política en Checoslovaquia. Todo volvía a la normalidad para abril de 1969.
Meses antes, un terrible suceso conmovía al mundo: el estudiante Jan Pallach, protestando por la tragedia política del país y simbolizando la frustración de sus compatriotas, se quemaba vivo en el centro de Praga. Su entierro, con más de 100.000 personas, se convirtió en el último acto popular de la primavera checoslovaca.
Después de la caída de Kruschev la Unión Soviética vivió un período de incertidumbre política durante el cual sus sucesores trazaron una política ambigua. Si en el plano internacional se mantuvo la tensión armada dentro de un clima de deshielo en el interior algunas de las reformas anteriores fueron consideradas a la baja. Las relaciones internas del bloque comunista se vieron afectadas también durante los primeros años de la época de Brezhnev por los acontecimientos de Checoslovaquia de 1968 y por los graves conflictos obreros de 1970 en Polonia. La intervención soviética en este último caso trataría de evitar una repetición de la primavera checa, excluyendo el envío de tropas.
Los ambiciosos planes y las excelentes perspectivas que muchos vieron abrirse durante el mandato de Kruschev se frenaron de forma sustancial bajo el peso de increíbles dificultades naturales o artificiales y por la necesidad de seguir manteniendo una pugna armamentística cada vez más ruinosa. Los sectores más resentidos fueron el eterno “talón de Aquiles” de la agricultura y otros como la química o maquinaria que habían constituido antes las puntas del desarrollo soviético.
En 1974 la Unión Soviética se convertía en el primer extractor mundial de crudo y gas, y seguía produciendo acero o minerales como nadie en el mundo, pero todo era poco para compensar la prioridad alimenticia de los 250 millones de habitantes de las 15 repúblicas. Además había demasiada población urbana (65 %).
La alargada gestión de Brezhnev, considerada más o menos entre 1965 y 1982, fecha de su muerte, ha sido uno de los períodos más estancados y degenerativos en el orden interno de la historia de la Unión Soviética. Caracterizada en el plano político por una concentración de poderes sólo comparable a la de Stalin, estableció un estilo de gobierno sin grandes complicaciones, pero carente de ideales y apoyado en camarillas familiares. Las continuas concesiones al apetito armamentístico del ejército hicieron de éste el más celoso guardián del Estado y sirvieron de garantía de continuidad para un régimen plano y poco dado a la autocrítica.
La burocracia y la venalidad se adueñaron del aparato hasta extremos desconocidos en la Unión Soviética, más por el relajo y la indolencia de la administración o el partido que por una intención definida de antemano.
Resulta difícil encontrar en toda la trayectoria del socialismo mundial un líder que provocara menos fervor popular y entusiasmo que el hierático Brezhnev. Su ausencia de carisma político y la escasez de sus recursos personales se agravaban con un mercado inmovilismo aparente, a través del cual, sin embargo, el país de los soviets se encaminaba hacia la crisis y la quiebra.
El inmediato sucesor de Brezhnev; Andropov apenas pudo esbozar un leve intento de reforma interna a partir de 1982, cuando le sorprendió la muerte en pleno proceso de descubrimiento crítico de las carencias del régimen.
Debilidad del crecimiento oficial; desviación de un alto porcentaje del producto agrícola hacia el mercado paralelo o el absentismo laboral se habían convertido en los principales enemigos de la planificación.
El 11 de marzo de 1985 Mijail Gorbachov llega al poder.
El Estado de bienestar soviético, que aseguraba el trabajo, la educación o la salud (los tres pilares más abandonados por el capitalismo) no eran capaces en cambio de satisfacer necesidades nimias de consumo medio. En el país que se preparaba para conquistar Marte, que ocupaba la cabecera de la investigación espacial y desarrollaba programas científicos de punta, podía suceder cosas tan inauditas y exasperantes como la inexistencia de jeringuillas desechables en hospitales y clínicas, o la escasez de fruta fresca en las tiendas de Moscú.
Las reformas económicas de Gorbachov se inspiran más en la apertura de la producción mediante estímulos a la iniciativa privada en los sectores agrícolas y servicios, que en una sofocante centralización y estatización. En este aspecto son destacables las medidas sobre comercialización agraria, que ha facilitado el acceso al mercado urbano de algunas especialidades obtenidas en régimen de producción privada por el campesinado soviético. Los excedentes agrícolas de las pequeñas explotaciones que los campesinos usufructúan, vendidos en régimen de libertad de precios, además de proporcionar nuevos alicientes y sabrosos ingresos a éstos, permiten un mejor abastecimiento en las grandes ciudades.
Junto a ello destacan las disposiciones que legalizan el trabajo individual autónomo o las cooperativas privadas.
Entre el declive de los servicios o la disminución de la renta real se incubaba el desengaño ciudadano y la disconformidad de los disidentes. De otro lado, la falta de cauces político-civiles de reivindicación y la represión sobre cualquier forma opositora crearon las condiciones para el desarrollo del absentismo social y laboral, la corrupción, al abandono o el alcoholismo, como formulas de evasión de la realidad. Los hombres de la Perestroika, con Gorbachov al frente, comprendieron pronto que la degradación económica había conducido a un similar estrago de ideales políticos que inspiraron la revolución, y que era imprescindible integrar en un mismo proyecto a la disidencia recuperable y a los hombres más críticos del partido y el aparato.
En la Unión Soviética no hay propiedad privada de los grandes medios de producción, cuya titularidad corresponde al Estado o a los organismos por él delegados, y que entre nosotros sirve de referencia clasista. Pero existen castas de privilegiados que controlan estos medios “en nombre del socialismo”, desviando en beneficio propio las principales decisiones sobre la organización del trabajo, la inversión o los beneficios y gozando de una mejor situación socioeconómica derivada de su posición preferente en la administración o el partido.
La reforma del partido comunista con limitaciones en los cargos y la revitalización de los soviets, tan marginados desde el período estalinista, la libertad de expresión política marcaba la pauta cotidiana en la URSS. El propio PCUS con el equipo Gorbachov al frente, fue el mayor propagandista y el mejor animador en los comicios, proponiendo a los soviéticos la elección de una nueva generación de diputados abiertos al diálogo y con posibilidades de hacer progresar el país.
El poder político del Estado, después de las elecciones de 1989, lo constituyeron dos parlamentos. Uno conocido como Congreso de los Diputados Populares, con 2.250 miembros, y otro de 500 diputados, de carácter permanente, que recibirá el nombre de Soviet Supremo de la Unión Soviética. A pesar de toda la participación electoral del censo soviético no era todavía abierta.
Perestroika
Antes que en los países socialistas, la Perestroika se dejó sentir con fuerza en algunas repúblicas soviéticas y en los sectores más dinámicos de la sociedad rusa. En general la respuesta fue positiva y una mayoría de los elementos más avanzados del país apoyaba la consolidación de las reformas e incluso apostaba por una mayor profundidad en las mismas.
Se crearon clubs juveniles, asociaciones culturales y ciudadanas. Se dieron centros y mesas de discusión que todo el ambiente sociopolítico durante 1987 y 1988.
Las enmiendas constitucionales promovidas por Moscú en 1988 tratando de sujetar las tensiones nacionales surgidas en algunas repúblicas bálticas e islámicas, originaron conflictos y problemas que alcanzaron grave relieve en regiones como Armenia, Georgia, Azerbaiyán o Estonia.
Los principales representantes de la ortodoxia opusieron dura resistencia a los cambios y enfrentaron a los políticos e intelectuales que recogiendo el ejemplo moscovita alentaba una apertura política y económica del sistema.
La URSS., a través de la estructura del CAME (el mercado común de la Europa socialista) mantuvo un papel hegemónico en los intercambios dentro del bloque. Sin embargo, como Hungría o Polonia, llevaron a cabo experimentos y tentativas de reformas separadas de las exclusivas relaciones económicas de estos países tiene su origen en la crisis de finales de los setenta, cuando la rebelión yugoslava se sumaron los casos particulares de Rumania y el intento checoslovaco de 1968.
La excelente imagen internacional que Gorbachov había difundido con sus continuas manifestaciones a favor de la apertura y la reforma de su régimen, calaba entre las nuevas generaciones y producía espontáneas muestras de simpatía o apoyo. Esta identificación popular con los purificadores aires moscovitas encerraba no pocas dosis de rebeldía contra la resistencia conservadora, que algunos ortodoxos y estalinistas tardíos estaban oponiendo al estilo renovador. Trabajadores de los astilleros polacos, jóvenes manifestantes de Praga, grupo de berlineses orientales que se acercan a escuchar música moderna por encima del “muro”, o húngaros que portan insignias pro-Perestroika, admiran a Gorbachov y sus reformas, más por el reto esperanzador que suponen que por una identificación política con los intereses históricos de la URSS.
A finales del 88 la presión social y política a favor de las reformas era incontenible y todos los Estados trataban de aplicar soluciones propias o diferenciadas, pero de cualquier modo encaminadas a obtener un consenso nacional político que permitiera adoptar cambios económicos sustanciales, con los que eliminar el descontento y mejorar las condiciones del socialismo real.
miércoles, 20 de julio de 2011
Material para 1er año
EL EGIPTO ANTIGUO VISTO POR GOMBRICH
EL PAÍS DEL NILO
El rey Menes—Egipto—Un himno al Nilo—El faraón—Las pirámides—La religión de los antiguos egipcios—La esfinge—Jeroglíficos—El papiro—Revolución en el Imperio Antiguo—Las reformas de Eknatón.
Aquí —tal como te lo había prometido— dará comienzo la historia. Con un entonces. Vamos allá: hace 5.100 años, en el año 3100 a. C., así lo creemos hoy, gobernaba en Egipto un rey llamado Menes. Si quieres saber más detalles sobre el camino que lleva a Egipto, deberías preguntárselo a una golondrina. Al llegar el otoño, cuando hace frío, la golondrina vuela hacia el sur. Va a Italia por encima de las montañas, sigue luego un pequeño trecho sobre el mar, y enseguida está en África, en aquella parte de África más próxima a Europa. Allí, cerca, se encuentra Egipto.
En África hace calor y pasan meses y meses sin llover. Por eso, en muchas regiones, crecen muy pocas plantas. La tierra es desértica. Así ocurre a derecha e izquierda de Egipto. En el propio Egipto no llueve tampoco con frecuencia. Pero en aquel país no se necesitaban lluvias, ya que el Nilo lo atraviesa por medio. Dos veces al año, cuando llovía mucho en sus fuentes, el río inundaba todo el país. Y había que recorrerlo con barcas entre casas y palmeras. Y cuando el agua se retiraba, la tierra quedaba magníficamente empapada y fertilizada con un jugoso barro. Entonces, bajo el calor del Sol, crecían allí los cereales tan magníficos como en casi ningún otro lugar. Por eso, los egipcios rezaban a su Nilo desde los tiempos más antiguos, como si se tratara del propio buen Dios. ¿Quieres oír un canto que le dirigían hace 4.000 años?
«Te alabo, oh Nilo, porque sales de la Tierra y vienes aquí para dar alimento a Egipto. Tú eres quien riega los campos y puede alimentar toda clase de ganado. Quien empapa el desierto alejado del agua. Quien hace la cebada y crea el trigo. Quien llena los graneros y engrandece los pajares, quien da algo a los pobres. Para ti tocamos el arpa y cantamos».
Así es como cantaban los antiguos egipcios. Y hacían bien, pues el Nilo enriqueció tanto al país que Egipto llegó a ser también muy poderoso. Sobre
todos los egipcios gobernaba un rey. El primer rey soberano del país fue, precisamente, el rey Menes. ¿Sabes cuándo ocurrió aquello? 3.100 años a. C. ¿Recuerdas, quizá, por la historia de la Biblia cómo se llaman en ella los reyes de Egipto? Faraones. El faraón era increíblemente poderoso. Vivía en un inmenso palacio de piedra, con grandes y gruesas columnas y muchos patios; y lo que decía tenía que hacerse. Todos los habitantes del país debían trabajar para él cuando él quería. Y a veces lo quería.
Un faraón que vivió no mucho después del rey Menes, el rey Keops —2.500 años a. C.— ordenó, por ejemplo, que todos sus súbditos contribuyeran a levantar su tumba. Tenía que ser una construcción como una montaña. Y así fue, por cierto. Todavía existe hoy. Se trata de la famosa pirámide de Keops. Quizá la has visto ya muchas veces en fotografía. Pero no puedes ni imaginar su tamaño. Cualquier gran iglesia cabría dentro de ella. Se puede trepar sobre sus bloques gigantescos; es como escalar una montaña. Y, sin embargo, quienes llevaron sobre rodillos y apilaron unas sobre otras esas enormes piedras fueron seres humanos. En aquellos tiempos no había aún máquinas. A lo más, rodillos y palancas. Todo se debía arrastrar y empujar a mano. Imagínate, ¡con el calor que hace en África! Así, a lo largo de 30 años, unos 100.000 hombres bregaron duramente para el faraón durante los meses que dejaba libre el trabajo de los campos. Y cuando se cansaban, un vigilante del rey les obligaba a continuar arreándoles con látigos de piel de hipopótamo. De ese modo arrastraron y levantaron las gigantescas cargas; todo para el sepulcro del rey.
Quizá preguntes cómo se le pasó al rey por la cabeza hacerse construir aquella gigantesca sepultura. Eso tiene que ver con la religión del antiguo Egipto. Los egipcios creían en muchos dioses; a la gente con esas creencias se les llama paganos. Según ellos, varios de sus dioses habían gobernado anteriormente en la Tierra como reyes; por ejemplo, el dios Osiris y su esposa, Isis. También el Sol era un dios, de acuerdo con sus creencias: el dios Amón. El mundo subterráneo está gobernado por otro con cabeza de chacal, llamado Anubis. Los egipcios pensaban que cada faraón era hijo del dios Sol. De no haber sido así, no le habrían tenido tanto temor ni habrían permitido que les diera tantas órdenes. Los egipcios tallaron figuras de piedra gigantescas y mayestáticas para sus dioses, tan altas como casas de cinco pisos; y templos tan grandes como ciudades enteras. Ante los templos se alzaban elevadas piedras puntiagudas de granito hechas de una pieza; se llaman obeliscos. Obelisco es una palabra griega que significa algo así como «espetoncillo». En varias ciudades puedes ver aún hoy esos obeliscos traídos de Egipto.
Para la religión egipcia eran también sagrados algunos animales, como, por ejemplo, los gatos. Los egipcios imaginaban así mismo algunos dioses con figura de animal, y los representaban de ese modo. El ser con cuerpo de león y cabeza humana que llamamos «esfinge» era para los antiguos egipcios un dios poderoso. Su gigantesca estatua se encuentra al lado de las pirámides y es tan grande que en su interior tendría cabida todo un templo. La imagen del dios sigue vigilando los sepulcros de los faraones desde hace ya más de 5.000 años; la arena del desierto la cubre de vez en cuando. ¡Quién sabe cuánto tiempo más seguirá haciendo guardia!
Pero lo más importante en la curiosa religión de los egipcios era la creencia en que las almas de las personas abandonan, sin duda, el cuerpo al morir el ser humano, pero siguen necesitándolo de algún modo. Los egipcios pensaban que el alma no podía sentirse bien si su anterior cuerpo se transformaba en tierra tras la muerte.
Por eso conservaban los cadáveres de los difuntos de una manera muy imaginativa. Los frotaban con ungüentos y jugos de plantas y los envolvían en largas tiras de tela. Estos cadáveres conservados así e incorruptibles se llaman momias. Hoy, después de muchos miles de años, no se han descompuesto todavía. Las momias se depositaban primero en un ataúd de madera; el ataúd de madera, en otro de piedra; y el de piedra no se introducía tampoco en la tierra, sino en una sepultura de roca. Quien podía permitírselo, como el «hijo del Sol», el faraón Keops, hacía que se levantara para él toda una montaña de piedra. ¡Allí, muy dentro de su interior, la momia estaría, indudablemente, segura! Eso es lo que se esperaba. Pero todas las preocupaciones y todo el poder del rey Keops fueron inútiles: la pirámide se halla vacía.
En cambio, se han encontrado conservadas todavía en sus sepulcros las momias de otros reyes y de muchos antiguos egipcios. Estas sepulturas están dispuestas como viviendas para las almas cuando acudían a visitar su cuerpo. Por eso había en ellas alimentos, muebles y vestidos, y muchas imágenes de la vida del difunto, incluido su propio retrato, para que el alma encontrase la tumba correcta cuando deseaba visitarla.
En las grandes estatuas de piedra y en las pinturas realizadas con bellos y vivos colores vemos todavía hoy todas las actividades de los egipcios y el tipo de vida que entonces se llevaba. Es cierto que no pintaban propiamente de manera exacta o natural. Lo que en la realidad aparece detrás se suele mostrar allí superpuesto. Las figuras son a menudo rígidas: sus cuerpos se ven de frente, y las manos y los pies de lado, de modo que parecen
planchados. Pero los antiguos egipcios lograban lo que les interesaba. Se ven con gran exactitud todos los detalles: cómo cazan patos en el Nilo con grandes redes; cómo reman y pescan con largas lanzas; cómo trasiegan agua a los canales para los campos; cómo arrean las vacas y las cabras a los pastizales; cómo trillan el grano y cuecen pan; cómo confeccionan calzado y ropa; cómo soplan vidrio—¡ya sabían hacerlo entonces!—, moldean ladrillos y construyen casas. Pero también se ven muchachas jugando al balón o tocando la flauta y hombres que van a la guerra y traen a su país extranjeros prisioneros, por ejemplo negros, con todo el botín.
En las sepulturas de las personas distinguidas se ven llegar embajadas de otros países portando tesoros; y cómo el rey condecora a sus ministros fieles. Se ve a los muertos rezar ante las imágenes de los dioses con las manos alzadas; y se les ve también en casa, en banquetes con cantantes que se acompañan al arpa y saltimbanquis que ejecutan sus piruetas.
Junto a estos grupos de imágenes abigarradas se reconocen también casi siempre pequeñas figurillas de lechuzas y hombres, banderolas, flores, tiendas, escarabajos, recipientes, pero también líneas quebradas y espirales, contiguas o superpuestas y muy juntas. ¿Qué pueden ser? No son imágenes; sino escritura egipcia. Se llaman jeroglíficos. La palabra significa «signos sagrados», pues los egipcios se sentían tan orgullosos de su nuevo arte, la escritura, que el oficio de escribiente era el más respetado de todos, y la escritura se consideraba casi sagrada.
¿Quieres saber cómo se escribe con esos signos sagrados, o jeroglíficos? En realidad, no era nada fácil aprenderlo, pues funcionaba de manera similar a los acertijos hechos con imágenes, llamados igualmente jeroglíficos. Cuando se quería escribir el nombre del dios Osiris, a quien los antiguos egipcios llamaron Vosiri, se dibujaba un trono, que en egipcio se dice «vos», y un ojo, en egipcio «iri». Eso daba la palabra «Vosiri». Y, para que nadie creyera que aquello quería decir «ojo del trono», se añadía casi siempre al lado una banderita. Era el símbolo de los dioses, de la misma manera como nosotros escribimos una cruz junto a un nombre cuando queremos indicar que la persona en cuestión está ya muerta.
¡Ahora ya puedes escribir también tú «Osiris» en jeroglífico! Pero, piensa el esfuerzo que debió de suponer descifrar todo aquello cuando, hace unos 180 años, se comenzó a trabajar de nuevo sobre los jeroglíficos. El desciframiento sólo fue posible por el hallazgo de una piedra en la que aparecía el mismo contenido en lengua griega y en jeroglíficos. Y, sin embargo, fue todo un acertijo que requirió el esfuerzo de una vida entera de grandes eruditos.
Hoy podemos leer casi todo. No sólo lo que aparece en las paredes, sino también lo escrito en los libros. Sin embargo, los signos de los libros no son ni con mucho igual de claros. Los antiguos egipcios tenían, realmente, libros. Pero no de papel, sino de una especie de juncos del Nilo llamados en griego papyros, de donde viene nuestra palabra «papel».
Se escribía en largas tiras que, luego, se enrollaban. Se ha conservado una buena cantidad de esos libros en rollo; en ellos se leen actualmente muchas cosas y cada vez se ve mejor lo sabios y avispados que eran los antiguos egipcios. ¿Quieres oír un refrán escrito por uno de ellos hace 5.000 años? Tendrás que prestar un poco de atención y reflexionar bien acerca de él: «Las palabras sabias son más raras que el jade; y, sin embargo, las oímos de boca de pobres muchachas que dan vueltas a la piedra de moler».
Como los egipcios fueron tan sabios y tan poderosos, su reino duró largo tiempo. Más que cualquier otro hasta entonces. Casi 3.000 años. Y, así como conservaron cuidadosamente los cadáveres para que no se descompusieran, así también guardaron rigurosamente durante milenios sus antiguos hábitos y costumbres. Sus sacerdotes procuraban con toda exactitud que los hijos no hicieran nada que sus padres no hubieran hecho ya. Todo lo antiguo era sagrado para ellos.
Durante aquel largo periodo, la gente sólo se opuso en dos ocasiones a esta estricta unanimidad. Una vez, poco después del rey Keops, alrededor del año 2100 a. C., fueron los propios súbditos quienes intentaron cambiarlo todo. Se lanzaron contra el faraón, mataron a sus vigilantes y extrajeron las momias de las sepulturas. «Quienes antes no tenían siquiera sandalias son ahora dueños de tesoros; y quienes antes poseían bellas vestiduras, van ahora vestidos de harapos», cuenta un antiguo rollo de papiro. «El país gira como el torno de un alfarero». Pero aquello no duró mucho, y las cosas volvieron pronto a ser como antes. Quizá, más rigurosas que en la época anterior.
En una segunda ocasión fue el propio faraón quien intentó un cambio total. Aquel faraón, llamado Eknatón, que vivió en el 1370 a. C., era un hombre extraño. La fe egipcia, con sus numerosos dioses y costumbres misteriosas, le parecía inverosímil. «Sólo hay un dios», enseñó a su pueblo, «que es el Sol, cuyos rayos crean y mantienen todo. Sólo a él debéis rezarle».
Se cerraron los antiguos templos y el rey Eknatón se mudó a un nuevo palacio. Como se oponía absolutamente a todo lo antiguo y estaba a favor de bellas ideas nuevas, hizo pintar también las imágenes de su palacio de una manera completamente novedosa. Las pinturas no fueron ya tan serias, rígidas y solemnes como antes, sino de una total naturalidad y desenvoltura.
Pero todo aquello no le pareció bien a la gente, que quería ver las cosas como las había visto durante milenios. Así, tras la muerte de Eknatón, volvieron muy pronto a sus antiguas costumbres y al arte antiguo, y todo continuó como antes mientras subsistió el imperio egipcio. Durante casi tres mil quinientos años se sepultó a las personas en forma de momias, se escribió en jeroglíficos y se rezó a los mismos dioses, tal como se había hecho en tiempos del rey Menes. También se siguió venerando a los gatos como animales sagrados. Y si me lo preguntas, te diré que, en mi opinión, los antiguos egipcios tenían razón, al menos en esto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)